Cifras
Actualmente la mayoría de los niños son pobres y la mayoría de los pobres son niños. Pese a la Declaración de los derechos del niño, los trabajadores niños no son sujeto de derechos en una sociedad mundial con serias fisuras éticas y democráticas a la hora de proteger la niñez.
La OIT (Organización Internacional del Trabajo) ha dado a conocer cifras: 250 millones de niños a lo largo y ancho de este planeta con riqueza para todos, cuyas edades oscilan entre los 5 y 14 años, se ven obligados a trabajar (para mantenerse o ayudar a su familia), en condiciones perjudiciales para su salud y bienestar. Entre ellos 120 millones, trabajan a jornada completa. El resto compatibiliza la actividad escolar con la laboral. En América latina, uno de cada 7 niños trabaja, es decir el 14,5% de la población infantil total. La proporción más alta se concentra en Haití con el 24%. En Argentina sería entre el 6% y el 11%, según las zonas geográficas.
Desconfiemos de las cifras. La desnutrición en estadísticas es una información. El hambre de Juan es una tristeza revulsiva. Respetar la absoluta alteridad del niño hambriento cuya lágrima pesa como la tierra implica desconfiar de los números. Los que hacemos comunicación, en general, no sabemos qué cosa horrible es el hambre, lo miramos por TV. Eso debe empujarnos a escribir, a filmar, a denunciar, a no dejar de resistir, pero sabiendo a la vez, que cuando decimos o escribimos esa secuencia de letras llamada hambre, nos colocamos frente a una realidad puramente nominal si no hemos experimentado qué es, verdaderamente, el Hambre.
El trabajo infantil es la evidencia palmaria de una infancia vaciada, que entre todos debemos volver a llenar.
Actualmente la mayoría de los niños son pobres y la mayoría de los pobres son niños. Pese a la Declaración de los derechos del niño, los trabajadores niños no son sujeto de derechos en una sociedad mundial con serias fisuras éticas y democráticas a la hora de proteger la niñez.
La OIT (Organización Internacional del Trabajo) ha dado a conocer cifras: 250 millones de niños a lo largo y ancho de este planeta con riqueza para todos, cuyas edades oscilan entre los 5 y 14 años, se ven obligados a trabajar (para mantenerse o ayudar a su familia), en condiciones perjudiciales para su salud y bienestar. Entre ellos 120 millones, trabajan a jornada completa. El resto compatibiliza la actividad escolar con la laboral. En América latina, uno de cada 7 niños trabaja, es decir el 14,5% de la población infantil total. La proporción más alta se concentra en Haití con el 24%. En Argentina sería entre el 6% y el 11%, según las zonas geográficas.
Desconfiemos de las cifras. La desnutrición en estadísticas es una información. El hambre de Juan es una tristeza revulsiva. Respetar la absoluta alteridad del niño hambriento cuya lágrima pesa como la tierra implica desconfiar de los números. Los que hacemos comunicación, en general, no sabemos qué cosa horrible es el hambre, lo miramos por TV. Eso debe empujarnos a escribir, a filmar, a denunciar, a no dejar de resistir, pero sabiendo a la vez, que cuando decimos o escribimos esa secuencia de letras llamada hambre, nos colocamos frente a una realidad puramente nominal si no hemos experimentado qué es, verdaderamente, el Hambre.
El trabajo infantil es la evidencia palmaria de una infancia vaciada, que entre todos debemos volver a llenar.