lunes, 3 de septiembre de 2007

SOBRE EL TRABAJO INFANTIL Y LA NIÑEZ EN CONTEXTOS DE POBREZA (2)

Infancia y modernidad

La niñez es un invento moderno, resultado histórico de un conjunto de prácticas promovidas desde el Estado burgués. Por ejemplo, las prácticas de puericultura, mantenimiento de los hijos, el higienismo, la filantropía y el control de la población dieron lugar a la familia burguesa, espacio privilegiado, durante la modernidad, de contención de niños. La escuela y el juzgado de menores también se ocuparon de ellos: la primera, educando la conciencia del hombre futuro; el segundo, promoviendo la figura del padre en el lugar de la ley, como sostén simbólico de la familia.
La producción simbólica e imaginaria de la modernidad sobre la infancia da lugar a prácticas y discursos específicos: discurso pedagógico, psicológico, médico-pediátrico, jurídico, la literatura infantil, etc. Es decir, que no hay infancia si no es por la intervención práctica de un numeroso conjunto de instituciones modernas de resguardo, tutela y asistencia a la niñez. Cuando esas instituciones tambalean, cuando el niño debe trabajar para su subsistencia, cuando el Estado no garantiza el cumplimiento efectivo de los derechos del niño, la infancia es vaciada.
La idea de inocencia, de docilidad, de latencia o espera para que el niño, incompleto en su naturaleza, se convierta en adulto, son robadas por el desamparo y el trabajo infantil. El niño ya no es el “hombre del porvenir”, la promesa en el futuro. La escuela en tanto institución moderna donde la niñez espera el futuro, también pierde su esencia.
Según UNICEF, no todo el trabajo infantil resulta contraproducente para los menores. Resulta inapropiado sólo si se lo ejerce durante demasiadas horas, provoca estrés físico o psicológico, existen malas condiciones de vida, el salario es inadecuado, trabajar impide concurrir a la escuela o no permite el normal desarrollo social y psicológico. A su vez divide en seis categorías el trabajo infantil: doméstico, servil o forzoso, industrial y agrícola, callejero, familiar y el de la explotación sexual con fines comerciales.
Las instituciones y discursos de la modernidad que construyeron o inventaron la infancia, hoy han mutado hacia los medios de comunicación; y el Estado nacional que garantizaba “bienestar” es desplazado por una lógica de Mercado donde el niño, sin diferencia respecto del adulto, es “consumidor” de bienes y servicios o “excluido” si no tiene capacidad económica. Pensemos en programas como los de Susana Giménez o Marcelo Tinelli, donde los chicos se exhiben como prodigios en feroces competencias y son arrancados del universo de la niñez. Este también es un costado, aparentemente más benigno, si lo comparamos con los “chicos de la calle”, de la infancia vaciada.
Si los niños están en iguales o mejores condiciones que los adultos para “generar recursos”, se advierte que la mentada “fragilidad” de la infancia que operaba como una razón moderna justificando la exclusión de la infancia del mundo del trabajo, es una producción histórica ya agotada.

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