Brisa tiene 9 años y desde que nació vive en la Bajada de San José, barrio Maldonado. Tiene ojos color miel y el pelo castaño oscuro le llega a los hombros. Es solitaria y cariñosa. Su voz es aguda, honda, punzante. Cuando calla, sus enormes ojos hablan.
Brisa quiere estar sola, no tiene amigas. Llora y dice que las otras chicas le pegan y la molestan. Acusa a Tania de que le pegó una trompada.
Tania tiene 10 años. Su pelo es dorado y su piel oscura. Se ríe para adentro. Sus movimientos son brutos y cuadrados.
Tania no lo niega y dice con una voz más de mujer que de niña: “Se lo tenia bien merecido”. Brisa, mueve enérgicamente la cabeza: “Yo no lo hice nada”. Aldana y Mariana, amigas de Tania, se sonríen astutamente. Brisa sale disparando a la casa de su abuela. Atraviesa la cancha, donde los chicos juegan al fútbol. Tania sabe que es más fuerte. Esta vez cree que ganó.
En la Bajada de San José nunca se puede escuchar el silencio. Desde cada rincón cuarteto, cumbia, gritos, ladridos, máquinas. El viento trae un aire que huele a latas herrumbradas, a pañales, carne podrida, plástico quemado. Pero eso no parece importarles, porque las chicas arman chozas y se imaginan que son princesas que habitan palacios impecables y lujosos. El olor tampoco lo sienten los chicos que juegan al “ladrón y al policía”, con cárceles de paja y ramas. Corren y se atrapan…
Entonces una nueva pelea derrumba los castillos y las comisarías y los trae de nuevo, la magia del juego desaparece y de vuelta el barrio, los gritos de la cancha, el cuarteto de fondo, las latas herrumbradas.
Muchos de ellos no juegan. Salen a vender tarjetas o como le dicen ellos a “tarjetear”. El colectivo E4 los aleja de su barrio y los lleva al centro. Van dejando tarjetas en los bares, mesa por mesa, a cambio de una moneda de cualquier valor.
Otros cartonean y mojan los cartones para que pesen más a la hora de entregarlos y recibir una miserable paga.
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